19 de mayo de 2010

Días y días.


Días oscuros y tormentosos. Lluvia por doquier y vientos huracanados. Ni un sólo atisbo de ninguna especie animal, el único ruido de las hojas chocando contra sí, árboles medio derrumbados. Los edificios se confunden con lo noche, aunque sean las diez de la mañana, y no suceda ningún eclipse. El cielo es negro, con franjas más oscuras o más claras, y apenas se pueden ver las montañas ni el horizonte atrás.
Así consecutivamente.
Días sin Sol.
Noches sin estrellas.
Días y días sin ningún otro atisbo de luz, llena de tristeza, desesperación, odio...
Mas entre tanta oscuridad, a veces aparecen de repente pequeños aviones blancos e iluminados, y dejan un pequeño camino repleto de sonrisas y miradas felices. Una pequeña luz llena de alegrías e ilusiones. Un avión fugaz en el instante, que permanece, allí, en el cielo unos segundos, y luego desaparece igual de deprisa como llegó, llevándose con él los pequeños y rápidos instantes de felicidad, volviendo a los días de oscuridad.
Esperando ansiosa la vuelta de otro cómo él.

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